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los nueve grados.
El período de rotación axial correspondía al de la Tierra, exceptuando una completa
revolución sobre su eje en veinticuatro horas y nueve minutos aproximadamente. Esto
significaba que un punto del ecuador viajaba con más rapidez que el equivalente en la
Tierra, ya que una gran desventaja del planeta Pestalozzi era su considerable masa.
Se establecieron períodos de descanso tras la comida del mediodía. La mayor parte
de los hombres de la tripulación había comenzado a rebajar peso, ya que siete kilos
escasos sobre Pestalozzi pesaban veintiuno en el ecuador.
Pero aquellas molestias tendrían sus compensaciones, sobre todo la de descubrir a
los extraterrestres.
Una vez terminadas las tareas de análisis del aire, las observaciones solares, la
radiactividad del suelo, las comprobaciones magnéticas y batitérmicas y otros fenómenos
que se prolongaron durante dos días, la  Gansas dejó en libertad un pequeño vehículo
auxiliar. Se inició una serie de vuelos que tenían por objeto tanto la exploración como el
alivio de la cosmofobia.
Piña de Miel pilotaba uno de aquellos aparatos auxiliares, volando de acuerdo con las
instrucciones de Lattimore. Éste se encontraba en un estado de gran excitación, que
transmitía al tripulante sentado a su lado: Hank Quilter. Ambos se agarraron al raíl,
mirando fascinados las tierras oscuras que pasaban bajo el vehículo, como el flanco de
una inmensa bestia galopante...
Lattimore pensaba que aprendería a cabalgar sobre aquella bestia y dominarla,
mientras intentaba analizar la tremenda sensación que experimentaba. Aquello era lo que
tantos escritores mediocres intentaron explicar un siglo antes de que comenzase el viaje
espacial, y vaya si lo habían logrado.
Aquélla era la auténtica realidad: sentir el apretón de la gravedad diferente en todas
las células del cuerpo, cabalgar sobre una tierra aún virgen de todo pensamiento
humano, ser el primer hombre que experimentara jamás aquellas sensaciones.
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Era como regresar a la infancia, una infancia extensa y salvaje. Una vez, hacía ya
mucho tiempo, se habían internado en los matorrales de lavanda del fondo del jardín y
fue como poner el pie en el umbral de un mundo desconocido. Y allí estaba de nuevo,
con toda la hierba y los matorrales de lavanda de su niñez.
Lattimore hizo las comprobaciones precisas.
 ¡Alto!  ordenó . ¡Vida extraterrestre ante nosotros!
Permanecieron volando sobre el lugar. Bajo ellos, un ancho y perezoso río aparecía
bordeado de vegetación. Los hombres-rinoceronte, en grupos aislados, trabajaban o se
retiraban tras los árboles.
Lattimore y Quilter se miraron.
 Aterrice  ordenó Lattimore.
Piña de Miel maniobró con exquisito cuidado para posar el aparato en el suelo.
 Será mejor que tomen sus rifles, por si se presentan problemas.
Agarraron sus armas y descendieron al suelo con cuidado. Pesaban tanto que los
tobillos corrían peligro de romperse a pesar de los dispositivos de seguridad fijados en las
piernas, a la altura de los muslos.
Una línea de árboles se extendía a unos cien metros al norte del lugar en que se
encontraban. Los tres hombres se dirigieron a los árboles, atravesando las hileras de
plantas elevadas que parecían lechugas, sólo que sus hojas eran más grandes y bastas
como hojas de ruibarbo.
Los árboles eran enormes, pero lo más notable era lo que parecía ser una
malformación en sus troncos. Se extendían enormemente lobulados, y adoptaban
aproximadamente la forma de los extraterrestres, con sus cuerpos rechonchos y dos
cabezas. De la copa surgía una serie de raíces aéreas, muchas de las cuales semejaban
dedos rudimentarios. El follaje encrespado que surgía del tronco, en la bifurcación de las
ramas, crecía en una especie de rígida turbulencia que hizo que Lattimore sintiera el
estremecimiento de lo maravilloso. Allí existía algo con lo que su cansada inteligencia no
se había enfrentado jamás.
Mientras los tres hombres se dirigían hacia los árboles, los rifles apoyados en la
cadera, al estilo tradicional, cuatro aves provistas de cuatro alas cada una  mariposas
del tamaño de águilas surgieron aleteando del follaje, volaron en círculos y se dirigieron
hacia las bajas colinas del extremo lejano del río. Bajo los árboles, media docena de
hombres-rinoceronte observaban la aproximación de los tres hombres. Su olor resultó ya
familiar a Lattimore. Entonces quitó el seguro del rifle.
 No me había dado cuenta de que fueran tan grandes  comentó Piña de Miel . [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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