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cruzadas por dispersas bandas de nómadas, habían quedado atrás, y el
cimmerio avanzaba entonces por terrenos pantanosos. Aves acuáticas se
alzaban en densas nubes desde las lagunas de agua estancada. Búfalos
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furiosos, con los ojos inyectados en sangre, chapoteaban y gruñían entre los
altos juncos. Tigres que perseguían a su presa lanzaban cortos pero
estremecedores rugidos. Bandadas de insectos chupadores emitían su
monótono zumbido. Conan tuvo que poner en práctica todos sus conocimientos
de las zonas pantanosas, adquiridos en las selvas de Kush y en los pantanos
que rodeaban el mar de Vilayet, para poder cruzar aquellos inhóspitos parajes.
A tal fin, improvisó una balsa de bambú y se confeccionó un calzado especial,
hecho con juncos.
Donde terminaban los pantanos, comenzaba la selva. Ésta no resultó mucho
más fácil de cruzar. La larga y pesada daga de Conan estaba en constante
movimiento; le ayudaba a abrirse paso a través de la densa vegetación. Pero
los músculos de hierro y la inquebrantable voluntad del gigantesco bárbaro no
flaquearon un solo instante. Aquella zona había sido en un tiempo rica y
civilizada; entonces la cultura occidental estaba aún en sus comienzos. En
numerosos lugares, Conan encontró ruinas de templos, de palacios y hasta de
ciudades enteras, muertas y desaparecidas desde hacía miles de años. Los
huecos oscuros de las ventanas parecían mirar al cimmerio como otras tantas
cuencas de antiquísimas calaveras. Plantas trepadoras rodeaban el
desgastado contorno de estatuas que habían representado a dioses exóticos y
sobrehumanos. Bandadas de monos chillaban, irritados por la presencia fugaz
de aquel intruso en sus dominios cubiertos por la densa vegetación.
Después, la selva pareció fundirse en suaves llanuras onduladas, donde
pastores de piel azafranada cuidaban de sus rebaños. Por todas aquellas
tierras, cruzando indistintamente montes y valles, se extendía la Gran Muralla
de Khitai. Conan la observó con gesto sombrío. Ayudado por un millar de
guerreros aquilonios provistos de arietes y catapultas, habría abierto una
amplia brecha en aquella larga pero estática defensa de piedra.
Pero él no disponía de esos soldados, ni de los aparatos de asedio. A pesar
de todo, estaba obligado a atravesar la muralla. Así pues, una noche oscura en
que un manto de nubes ocultaba la luna, escaló la pared por medio de una
cuerda y dejó a un guardia sin sentido propinándole un fuerte golpe en el
casco. Luego avanzó por las praderas con el incansable andar de los hombres
bárbaros, que les permitía salvar grandes distancias entre breves períodos de
descanso.
De nuevo comenzaba el terreno selvático, si bien esta vez se advertían
señales de la presencia del hombre que Conan no había observado en otras
selvas de difícil penetración. En la espesura había estrechos senderos, ocultos
a medias entre los bambúes que los flanqueaban. Bejucos y enredaderas
trepaban por los troncos, en cuyas copas cantaba sin cesar una multitud de
aves multicolores. De lejos llegaba a veces el rugido de algún felino.
El cimmerio siguió adelante por el sendero, como un animal nacido en la
selva. Por los datos que le proporcionara el esclavo khitanio liberado después
del combate del mar de Vilayet, dedujo que se encontraba en la selva cercana
a la ciudad estado de Paikang. El khitanio le dijo que se tardaba ocho días en
atravesar aquel cinturón boscoso. Conan esperaba hacerlo en cuatro días.
Gracias a su inmensa vitalidad de bárbaro, podía realizar proezas que
resultaban inalcanzables para otros seres humanos.
Su meta, en aquel momento, consistía en llegar a una aldea. Las gentes de
la selva vivían aterrorizadas por el cruel gobernante de Paikang. En
consecuencia, el cimmerio esperaba encontrar personas amistosas que le
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indicaran la manera de llegar hasta la gran ciudad de Khitai.
El sobrenatural ambiente de la selva, formada en aquella zona casi
exclusivamente por altos bambúes, pesaba sobre Conan con fuerza casi
tangible. Inexplorada en su mayor parte, con excepción de los senderos y de
algunos claros, aquella espesura parecía contener la respuesta a los misterios
de épocas ancestrales. Un halo enigmático rodeaba los brillantes tallos de los
bambúes, que crecían con increíble profusión. Las tradiciones más arcaicas de [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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