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hacerse rico hoy en día. Puede diseñar una nueva planta o animal que lo llene
fabulosamente de dinero
- Querida, sigues sin comprender.
- Evidentemente. Así que cuéntamelo.
- Bien... Ellen debería haberse casado con uno de nuestra propia clase.
- ¿Qué quieres decir con eso, Albert? ¿Alguien que viviera en Christchurch?
- Eso hubiera ayudado.
- ¿Rico?
- No es una exigencia necesaria. Aunque normalmente las cosas son más fáciles si los
asuntos financieros no están todos a un solo lado. Chico de playa polinesio se casa con
heredera blanca es algo que siempre huele mal.
- ¡Oh, oh! Él no tiene ni un céntimo, y ella se ha limitado a recoger la parte de la familia
que le corresponde... ¿correcto?
- No exactamente. Maldita sea, ¿por qué no pudo casarse con un hombre blanco? La
criamos y educamos para algo mejor que eso.
- Bertie, ¿qué demonios pasa? Suenas como un danés hablando de un sueco. Pensé
que Nueva Zelanda estaba libre de ese tipo de cosas. Recuerdo a Brian señalándome
que los maoríes son los iguales políticos y sociales de los ingleses, en todos los aspectos.
- Y lo son. No es lo mismo.
- Imagino que soy estúpida. - (¿O era Bertie el estúpido? Los maoríes son polinesios, al
igual que los tonganos... ¿dónde dolía entonces?)
Abandoné el asunto. No había hecho todo aquel camino desde Winnipeg para discutir
los méritos de un yerno al que nunca había visto. «Yerno...» Qué extraña idea. Siempre
me había parecido delicioso cuando uno de los pequeños me llamaba Mamá en vez de
Marjie... pero nunca había pensado en la posibilidad de tener alguna vez un yerno.
Y sin embargo él era evidentemente mi yerno bajo las leyes neozelandesas... ¡y yo ni
siquiera sabía su nombre!
Me mantuve tranquila, intenté dejar mi mente en blanco, y permití que Bertie se
dedicara a hacerme sentir bienvenida. Es bueno en eso.
Al cabo de un rato yo estaba atareada también en hacerle sentir cuán feliz era de estar
en casa, tras olvidar por completo la indeseada interrupción.
7
A la mañana siguiente, antes de saltar de la cama, decidí no reabrir el tema de Ellen y
de su marido, sino esperar a que algún otro lo sacara a colación. Después de todo, no me
hallaba en posición de tener opiniones hasta que lo supiera todo al respecto. No iba a
dejarlo de lado, por supuesto... Ellen es mi hija también. Pero no valía la pena
apresurarse. Esperemos a que Anita se tranquilice un poco.
Pero el tema no se suscitó. Siguieron unos días tranquilos y dorados que no voy a
describir puesto que no creo que estén ustedes interesados en fiestas de cumpleaños o
excursiones familiares... preciosas para mí, aburridas para alguien de fuera.
Vickie y yo fuimos a Auckland para un viaje de compras y nos quedamos a dormir allí.
Tras hacer las reservas en el Tasman Palace, Vickie me dijo:
- Marj, ¿me guardarás un secreto?
- Por supuesto - acepté -. Algo jugoso, espero. ¿Algún amigo? ¿Dos amigos?
- Si tuviera aunque sólo fuera un amigo simplemente lo compartiría contigo. Es algo
más delicado. Deseo hablar con Ellen, y no quiero tener una discusión con Anita a causa
de ello. Esta es la primera ocasión que tengo. ¿Puedes olvidar que lo he hecho?
- En absoluto, porque yo también deseo hablar con ella. Pero no voy a decirle a Anita
que hablaste con Ellen si tú no quieres que lo haga. ¿Qué es lo que ocurre, Vick? Ya sé
que Anita está enfurruñada acerca del matrimonio de Ellen, pero... ¿acaso espera que el
resto de nosotros tampoco le hablemos a Ellen? ¿A nuestra propia hija?
- Me temo que ahora es tan sólo «su propia hija». No se está mostrando muy racional
al respecto.
- Así parece al menos. Bien, no voy a dejar que Anita me corte el acceso a Ellen. La
hubiera llamado antes, pero no sabía cómo localizarla.
- Te diré cómo. Yo la llamaré ahora, y tú puedes escribirle luego. Es...
- ¡Espera! - le interrumpí -. No toques esa terminal. No quieres que Anita lo sepa.
- Eso es lo que dije. Por eso precisamente la llamo desde aquí.
- Y la llamada será incluida en nuestra factura del hotel, y tú pagarás la factura con tu
tarjeta de crédito del Davidson, y... ¿Acaso Anita no comprueba todas las facturas que
llegan a la casa?
- Sí lo hace. Oh, Marj, soy estúpida.
- No, eres honesta. Anita no pondrá ninguna objeción al coste pero seguramente se
dará cuenta por el precio o algún código que se trata de una llamada a ultramar. Vamos a
ir a la Oficina Central de Comunicaciones y haremos la llamada desde allí. Pagaremos en
efectivo. O, mejor aún, utilizaremos mi tarjeta de crédito, y así la factura no llegará a Anita.
- ¡Por supuesto! Marj, harías una buena espía.
- No yo; es demasiado peligroso. Adquirí mi práctica engañando a mi madre. Pero
dejémonos de chácharas y vayamos a la oficina de comunicaciones. Vickie, ¿qué es lo
que pasa con el marido de Ellen? ¿Tiene dos cabezas o qué?
- Oh, es un tongano. ¿No lo sabías?
- Por supuesto que lo sabía. Pero ser «tongano» no es ninguna enfermedad. Y eso es
asunto de Ellen. Su problema, si lo es. Yo personalmente no puedo ver que lo sea.
- Oh, Anita se lo ha tomado muy mal. Una vez ocurrido todo, lo único que se puede
hacer es poner la mejor cara posible. Pero un matrimonio mixto es siempre
desafortunado, creo... especialmente si la muchacha es la que se casa por debajo de sus
posibilidades, como es el caso de Ellen.
- ¡«Por debajo de sus posibilidades»! Todo lo que he sabido hasta ahora es que él es
un tongano. Los tonganos son altos, apuestos, hospitalarios, y casi tan morenos como yo.
En apariencia no pueden ser distinguidos de los maoríes. ¿Qué hubiera ocurrido si ese
joven hubiera sido maorí... de buena familia, procedente de una antigua estirpe... y con
montones de tierras?
- Realmente, no creo que a Anita le hubiera gustado, Marj... pero hubiera aceptado el
noviazgo y hubiera dado la recepción. Los matrimonio mixtos con maoríes tienen un largo
precedente; una debe aceptarlos. Pero a nadie ha de gustarle. Mezclar las razas es
siempre una mala idea.
(Vickie, Vickie, ¿no se te ocurre una mejor idea para sacar este mundo del lío en que
está metido?)
- ¿Realmente? Vickie, ese moreno intenso mío... ¿sabes dónde lo conseguí?
- Por supuesto, tú nos lo dijiste. Amerindio. Esto, cherokee, dijiste. ¡Marj! ¿He herido
tus sentimientos? ¡Oh, querida! ¡No es lo mismo, en absoluto! Todo el mundo sabe lo que
son los amerindios... Bueno, exactamente iguales que la gente blanca. Exactamente igual
de buenos.
(¡Oh, seguro, seguro! Y «algunos de mis mejores amigos son judíos». Pero no soy
cherokee, por lo que sé. Querida pequeña Vickie, ¿qué pensarías si te dijera que soy una
PA? Me siento tentada a... pero no debo sobresaltarte).
- No, porque yo he estudiado la fuente. No sabes nada al respecto. Nunca has estado
en otros lugares que aquí, y probablemente has bebido tu racismo de la leche de tu
madre.
Vickie enrojeció.
- ¡Eso no es justo! Marj, cuando tú viniste para convertirte en un miembro de la familia
yo estuve de tu lado. Yo voté por ti.
- Tenía la impresión de que todo el mundo lo había hecho. O de otro modo no me
hubiera unido a vosotros. ¿Debo entender que mi sangre cherokee fue uno de los temas
de esa discusión?
- Bueno... fue mencionado.
- ¿Por quién y con qué efectos?
- Oh... Marjie, esas son sesiones ejecutivas, tienen que serlo. No puedo hablar de ellas.
- Hummm, entiendo tu punto de vista. ¿Hubo alguna sesión ejecutiva acerca de Ellen?
Si es así, puedes hablarme libremente de ella, puesto que se supone que yo tenía
derecho a estar presente y a votar.
- No hubo ninguna. Anita dijo que no era necesario. Dijo que ella no creía en animar a
los cazadores de fortuna. Puesto que ya le había dicho a Ellen que no podía traer a Tom a
casa para conocer a la familia, parecía que no había nada más que hacer.
- ¿Ninguno de vosotros apoyó a Ellen? ¿Ni siquiera tú, Vickie?
Vickie volvió a enrojecer.
- Eso simplemente hubiera puesto a Anita furiosa.
- Estoy empezando a ponerme furiosa yo. Según nuestro código familiar Ellen es tu hija
y mi hija tanto como pueda ser hija de Anita, y Anita se equivocó negándole a Ellen el
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